Los unos y los otros, ellos y aquellos, nosotros y ellos.
Me parece que los argentinos estamos cada vez menos tolerantes y más sensibles. Y motivos hay de sobra. Un cóctel cuyos ingredientes son: viveza criolla, mucho de tecnología y una enorme dosis de política. Ante todo creo en gran medida que muchas veces nos pasamos de vivos. Muchos adoptamos la cultura del “por las dudas”; por las dudas aumento los precios, por las dudas le cobro de más, etc. Como si la avivada fuera algo ya cotidiano, pisoteando los valores, el sentido de
la ética y la solidaridad en la sociedad. Y esta forma de actuar no es ni siquiera un instinto natural propio de las personas; es algo peor, es una elección.
Sumado a ésto, hay una realidad muy poco ocultable y es que la convivencia se ha vuelto un tanto más complicada desde ya hace algunos años. Tan complicada muchas veces que noto que ya estamos mordiendo la banquina. No solamente que nos perjudicamos mutuamente sino que la intolerancia se está volviendo muy evidente en estos tiempos de tremenda división ideológica, o de la bien llamada “grieta”. Los unos y los otros, ellos y aquellos, nosotros y ellos.
El auge de las redes sociales y el estar permanentemente metiendo las narices en ellas, no solamente trajo un acercamiento increíble hacia todo lo que sucede, sino que también pareciera que algunos miles de muchos creen haberse recibido de politólogos calificados y con pasión casi desbordante hacen uso de las mismas para defenestrar salvajemente a quienes no coinciden o piensan de manera diferente, por lo tanto esa “grieta” no tiene la más mínima chance de cerrarse a mediano plazo. ¿Y por qué lo creo? Tan sólo ver la violencia y el odio con que se escribe, tanto de un lado como del otro, me hace afirmarlo. Además magistralmente las redes se llenaron de los provocadores del copie y pegue o revolucionarios de cotillón que piensan que compartiendo un “meme” van a lograr cambiar realidades o convertir criterios políticos del “otro bando”.
Lo real y cierto es que si alguno de “ellos” comparte algo alusivo a los “otros” es que está esperando una complicidad o una respuesta contradictoria para así empezar el “hablemos sin saber” que va a terminar en una burrada de comentarios. Y así seguimos alimentando la “grieta”.
Estamos “sensibludos”. Si lo hizo porque lo hizo, si no lo hizo porque no lo hizo.
Está perfecto protestar, criticar, expresarse y mostrar desacuerdo con los gobernantes de turno, más cuando la realidad social es compleja, pero en algún punto nos estamos olvidando el respeto y la convivencia. Todos revolcándonos en la misma osamenta, como si fuéramos a enmendar algo con el agravio.
Realmente, es preocupante y penoso ver tanta provocación y resentimiento por culpa de algo que si todo andara sobre sus rieles desde hace unos años, debería estar en segundo plano: la política.
Nos estamos volviendo TODOS en una gran parte de un problema que va a ser aún mayor si no bajamos un par de cambios, pero sobre todo los dirigentes en general y quienes llevan las riendas del país deberían empezar con el ejemplo.
Estamos perdiendo el respeto hacia todo, desde la mismísima investidura presidencial, hasta con el vecino mismo. Tanto de un lado como del otro, porque ninguno es la Madre Teresa en este asunto. Que si no es una yegua es un gato quien preside y si no estamos de acuerdo en algo, es el dictador más feroz del universo.
Cuanta bajeza moral desmedida, cuanta violencia verbal de unos y otros, palabras como facho, golpista, cipayo, vende patria, gorila, choriplanero, globoludo y hasta Hitler o Videla son parte de las respuestas cuando un comentario político no agrada. Parece que nos idiotiza escuchar o leer sobre lo que no queremos saber y adoptamos el insulto como respuesta casi automática, sin siquiera medir, razonar o pensar lo que decimos. A ese extremo llegamos, viendo quien es más hiriente, defendiendo con uñas y dientes con el absurdo argumento de quien robó más o menos o de quien hizo más que el otro. Y hasta he escuchado deseos de muerte en todo esto. ¡Paremos la mano!, ¿Dónde quedó el país de buena gente?, al frente no hay enemigos, también están nuestros amigos y familiares.
Unos se autoproclaman los más amorosos, otros los dueños de la alegría, pero por debajo de la mesa nos tiramos patadas todo el tiempo. El que tiene, porque robó, el que no tiene, porque es un vago y así defenestramos a mansalva al mismo tiempo que nos creemos más papistas que el papa.
¿En que nos convertimos como sociedad? ¿Dónde dejamos los valores? Llegamos al punto de alegrarnos de caídas ajenas más que de nuestros propios logros y culpamos al otro casi como una costumbre. Estamos perdiendo la paciencia y el respeto muy fuertemente, cambiando conceptos que deberían ser corrientes y habituales. Tanto es así que cuando alguien encuentra y devuelve plata o hace algo solidario es casi una noticia nacional. Y me parece que cuando las buenas acciones se vuelven noticias es porque algo anda mal.
A ver, el gobierno cambió, seamos más realistas y menos retrógrados. Es tu presidente y el mío quieras o no, los tiempos cambiaron, el mundo cambió. No vamos a avanzar ni evolucionar si seguimos especulando con que lo que tiene que pasar tiene que ser similar a gobiernos de hace más de cinco décadas. Por supuesto que lo que está bien hecho hay que mantenerlo y lo que está mal hay que hacerlo saber, pero hay formas menos salvajes de defender una idea, que lapidándonos entre nosotros.
Se me ocurre la imagen de un colectivo, en el cual los pasajeros desde la mitad para adelante llevan una bandera y desde la mitad para atrás, otra. Desde atrás le tiran ladrillos al conductor que a su vez va manejando por un camino un tanto sinuoso, unos gritan de ir más rápido, otros más lento, unos que vaya por el camino de la izquierda, otros por el de derecha. Si los de adelante abren una ventanilla, los de atrás acusan que los querés matar de frío y si está todo cerrado se quejan del calor sofocante, así, pero nadie busca el diálogo para ponerse de acuerdo y sortear ese camino en el que si el colectivo cae los perjudicados son todos. Si se pincha un neumático, los de atrás aplauden, se burlan y los de adelante tienen que bajar a reparar y al mismo tiempo cuidar al conductor. Quieran o no el conductor tiene que llegar hasta un cierto punto en el que se vuelva a elegir a otro y que también puede ser uno de los que viaja en la parte de atrás.
Esta bueno luchar por ideales pero también hay que ser un poco coherente y no ser ni tan fanático ni tan cerrado. Hay que escuchar las dos campanas y no agarrar de un todo solo las partes que nos convienen. Estamos dejando al descubierto en muchos casos la estupidez humana.
Ni los unos ni los otros somos dueños de la verdad absoluta, a pesar de que nos la pasamos dogmatizando y tergiversando las cosas a nuestro antojo y muchas veces sin tener plenas certezas. Nos encanta hablar por las dudas y decirlo tan fácil como si todo fuera soplar y hacer botellas. El nivel de hipocresía y la cantidad de gente con memoria de pescado es tremendo por estos días, turbios pidiendo transparencia, nadie perdona un error ajeno pero se olvidan solemnemente de los propios, quejándose con vehemencia de lo que antes ignoraban o callaban y hasta los agitadores más violentos se horrorizan de un tumulto. Lo primero es la queja pero nadie hace por proponer la solución. Todos somos magos pero nadie muestra un truco.
Tanta intolerancia e histeria en la calle tiene también un gran sustento y es la turbiedad política que desde hace años ha hecho malamente que millones vivan directamente del estado y no han tenido la suficiente capacidad de generar mano de obra que pueda ocuparlos. ¿Y a que se debe esto? Corrupción. Y nos quejamos pero seguimos manteniendo con los votos a los mismos de siempre y para peor hasta hay gente que llega a idolatrarlos como si fueran deidades divinas, olvidándose que no son más que empleados y que el hacer lo que les corresponde no es hacer magia, sino simplemente su deber.
Cuánto sinceramiento debiera haber de todos a la hora de compartir un “meme”, un comentario, o de decir alguna gansada descalificadora en las redes. La intolerancia y el fanatismo a la larga generan más odio y violencia.
En fin, está claro de que nunca va a existir la remota posibilidad de que todos pensemos iguales al hablar de actualidad política, pero bajar un poco la agresividad y darle un poco de lugar a la cordura y al respeto sí es algo que podemos hacer entre todos.
La patria no tiene dueño y no solamente es el otro sino que somos todos. Este país es tremendo y tenemos todo para ser enormes. Acá están tus sueños, acá viven tus viejos, mis viejos, tus hijos, nuestros amigos y tanta gente impresionante por la cual vale la pena luchar para salir adelante y que mejor que hacerlo en un país un tanto menos hostil, ya que si seguimos tirando mugre nos empantanamos todos.
Nacho Chesa