21 de marzo de 2020.
Hay un silencio extraño allá afuera. Algo cambió.
De repente los pasos apurados se estancaron, las bocinas se apagaron y hasta los semáforos se quedaron confundidos. Absortos.
Los días ya no son los mismos. El mundo parece estar literalmente en pausa, pero no así la vida, que sigue corriendo tan furiosa.
Y se hace difícil por estas horas llevar la mente hacia otros lados, ya que todos, pero todos, hablan, comparten y escriben sobre lo mismo. De lo mismo una y otra y otra vez.
Cada tanto me asomo a la ventana y veo que todo está quieto. La cuadra está quieta, mansa. Los habituales sonidos de hace no mucho hoy ya no se oyen. Ya no están las carcajadas del bar de la esquina, ni tampoco ese bullicio de los mocosos saliendo del colegio de la vuelta.
Siento un silencio extraño allá afuera. Y allá y un poco más allá, todo está detenido, como nunca. Verdaderamente como nunca.
De golpe, es como si el universo se hubiera encabronado y nos pateó a la mierda todos los planes, e hizo un bollo con nuestra vida cotidiana. Y por momentos no entiendo nada, como si fuera que estamos en un inmenso set de filmación de una horrible película de ficción. Y no sé quién habrá hecho este puto guión, pero la verdad es que no me atrapa para nada.
Nunca me hubiera imaginado ver la ciudad en este modo y mucho menos vivirlo. Pensé que eran cosas de los libros de historia o de los documentales de Discovery, no sé. Parece un sueño también, pero más bien un sueño con piel de pesadilla, de esas que te hacen despertar agitado y desorientado tirando manotazos al aire. Pero la diferencia es que esta vez no estoy dormido.
Y sucedió así, tan de prisa que todavía no termino de caer. O si, pero de a ratos otra vez ya no. Y así sucesivamente, como si quisiera no aceptar la realidad. No encuentro aún el punto de equilibrio de los sentimientos, ni se bien de que lado de las emociones pararme. O sentarme, ya me da igual.
Y qué locura pensar que hace apenas unas semanas, enredaba mi vista con la bravura del mar, huyendo del caos mundano.
Hoy, en cierto modo, extraño ese caos del que huía. Sinceramente lo extraño.
Es de noche, medio tarde. Y no me importa desvelarme, porque sé que mañana no tengo que madrugar. Las horas se traspapelaron, pero para todos por igual y ya no sé como entrenar los pensamientos para que se acomoden a este encierro. Creo que hasta mi camisa favorita que dejé en la modista hace unos días, estará preguntándose por qué no la busqué todavía.
Algo cambió impensadamente. Y ese algo es la realidad misma, que en estos momentos está escribiendo con su fibrón más grueso sobre las páginas de la historia de la humanidad. Suena fuerte pero está sucediendo. Y mientras tanto, a nosotros no nos quedó más otra que pechar para el mismo lado.
Y de un día para otro, noté que algunas voces ya no se oían como antes y las miradas ya no miraban como antes y hasta los semblantes ya no lucían como antes. Hay risas que se volvieron muecas y otras, que de momento quedaron atrapadas en un barbijo. Y aunque nadie lo diga abiertamente, hay un cierta incertidumbre barnizada de miedo merodeando por todos los rincones.
Nadie estaba preparado para la llegada de eso que todos hablan y que no solo nos tiene atrincherados y expectantes, sino que también nos dio un sopapo tan fuerte en la jeta que además de cambiarnos las formas de ver algunas cosas, nos hizo darnos cuenta de lo diminutos y vulnerables que somos. Tal es así que tampoco le importó nada de nada y fue para todos por igual, sin distinción de nacionalidades, billeteras, religiones, razas, edades, pañuelos y todo lo que se te ocurra. Nos la puso en la pera a todos.
Hay un silencio extraño allá afuera. Pero tan extraño que inquieta y aturde de una manera indisimulada, como si fuera una estampida de silencios espantados. No sé.
De repente cambiaron las prioridades y empezamos también a valorar y extrañar cosas que antes nos parecían insignificantes u obsoletas. Antes pensaba en paraísos re mil lejanos. Y hoy... creo que con tan solo volver a sentarme en el cordón de la vereda me basta.
Se dice mucho por estos días y en todo ese menjunje es que ya casi que no sabemos cuánto hay de cierto en cada cosa, pues se hicieron un nudo todas nuestras certezas, por eso es que yo te cuento de mi cuadra.
Hay un silencio extraño allá afuera. El mundo parece estar en pausa, pero no. El mundo está peleando ferozmente.
Y nosotros desde aquí también, agazapados y batallándole cuerpo a cuerpo al mientras tanto, que nos azota por todos lados.
Mañana, o tal vez, pasado mañana, cuando todo haya sucedido, seguramente el mundo va a quedar herido. Pero ya habremos salido para remendarlo.
Y además también habremos entregado todos los abrazos que estamos almacenando.
Y ese silencio del que te contaba, va a volver a ser tan sólo un frágil silencio…
Nacho Chesa